El Visitador, de Martha Patricia Meza

25.06.2025

por Luis Guillermo Sarasa

Martha Patricia Meza es una salamineña "a rabiar", a quien conozco desde la niñez y con quien he compartido infancia, adolescencia y adultez. Ella nos ha mostrado, a través de su poesía, publicada ya en 6 libros, el gusto por las palabras, el cuidado de los artificios literarios y la decidida e impactante "honestidad" de su expresión poética. Contamos con sus obras publicadas:

Legado para un adiós de vacaciones (1992), Constante distante (1993), Compás de aguja (2002), Poemas de piedra (2007), Stone Poems, En nombre de Lilith (2011), Contrapunto (2015), obra ésta que tuve el honor de presentar en una Feria del Libro en Bogotá y que destacó, de manera muy original, la memoria de otra gran poetisa salamineña, Agripina Montes del Valle. Esta obra, particularmente, arrancó del olvido a la muy mencionada antecesora en estos caminos de la poesía.

Hoy, llega a esta Salamina Bicentenaria con su primera novela...

Su prosa es descarnada, incisiva, mordaz y contundente. Creo que es una herencia de la poesía y de la forma como Patricia ve el mundo. Ella sabe contemplar, como lo ha hecho desde niña, la realidad de tantos hombres y mujeres anónimos o a los que le ha tocado sacar del olvido, como lo hizo con Agripina.

Poesía y prosa tienen su mundo aparte. Sin embargo, el haber transitado por los vericuetos de esa sintética expresión que es la poesía posmoderna desrrimada, desafectada y con una cantilena y musicalidad que le son ya propias, Martha Patricia construye un universo único y cuya temática no solamente sorprende; también enriquece el trabajo...

Pude leer El Visitador:

1. Como lector agudo de las formas. Este mundo me lo abrió la Pontificia Universidad Javeriana, donde trabajo como docente e investigador desde hace un poco más de 20 años.

2. Como amigo, hoy también dedicado a la investigación y las publicaciones, en disciplinas como la teología, la espiritualidad.

3. Últimamente, como lector desprevenido. Como simple lector de una novela por la que cada lector (individualmente) se conecta con la historia, con los protagonistas o con los menos protagonistas. Un lector que no se parece a otro lector, porque cada uno tiene sus propios pre-juicios, su propia cosmovisión y su único recorrido.

Es desde esta última manera de leer y de acercarme que quisiera compartir con ustedes algunas ideas muy subjetivas, pero que pueden ayudarnos a compartir el impacto que tiene sobre nosotros la "Lectura".

El protagonista de esta "novela", Pedro Santa, es un personaje bastante particular. Adentrado en su personalidad, tuve un recuerdo maravilloso.

Durante mi estadía en Roma, en donde realicé mis estudios de Teología y Biblia, trabajé "apostólicamente" en una cárcel. La más grande de la Ciudad Eterna, en la muy antigua vía Tiburtina. Es un complejo penitenciario inmenso que alberga tanto a hombres como a mujeres. Los datos actuales cuentan que hoy hay 352 mujeres y 1927 hombres. "Juntos, pero no revueltos", como decimos cuando se trata de poner orden en un asunto.

Roma (Rebibbia), il postino (el cartero). (Relato espontáneo).

Bueno, pues resulta que allí iba yo todos los jueves del año. Mi misión: acompañar a los reclusos que querían hablar (conversar) con un religioso. Entre ellos, un buen número de latinoamericanos, entre los que había peruanos, colombianos, ecuatorianos, venezolanos, chilenos y algunos centroamericanos, principalmente. Por aquella época las comunicaciones eran precarias y, como en muchas prisiones, las comunicaciones están prohibidas. Ellos, pues, me entregaban sus cartas manuscritas, las cuales tenía que digitar luego, en cas y enviar a los correos electrónicos que, por entonces, todavía parecían un lujo. Luego, durante la semana, yo recibía las respuestas (que obviamente sólo imprimía y no leía). Al regresar a la cárcel, a la semana siguiente, iba con un portalibros lleno de cartas y entonces, al verme, muchos gritaban, "è arrivato il Postino"; mejor dicho: "llegó el cartero".

Ese era el insumo para las conversaciones. Escuchar hombres, acompañarlos en su alegría de las buenas noticias y consolarlos en las malas. Claro, ya su vida era mala. Estaban en un país extraño. Pocos hablaban bien la lengua italiana y su futuro no parecía muy halagüeño. Sabían todos que "algo" los había llevado a ese lugar y de ella querían salir cuanto antes.

Y, ¿todo esto adónde apunta?

Pues al protagonista, al que volvemos siempre. Pedro Santa, un visitador de cárceles femeninas, también él con una misión especial. Consolar sexualmente la vida triste de muchas mujeres privadas de su libertad. Marido de todas y fiel a solo una, la misma que, con una visión más amplia que la de él, lo embarca en aventuras insospechadas.

Un hombre "gracioso y conversador", con los dedos de los pies largos, retorcidos, desordenados, blancos y peludos. Con los diez dedos arqueados como patas de pollo congelado. Un hombre al que no le gustaba exhibirse y que "aborrecía" esa parte de su exterioridad. Tal vez, porque no sabía bien dónde estaba parado o, quizá, porque su piso en la existencia le resultaba poco estable. Sus raíces en el planeta tierra eran despojos familiares: una vida sin padre y unas condiciones económicas que no le permitieron cumplir sus sueños más deseados. A su madre, su único sostén histórico, no le habría gustado verlo en esa condición.

Las realidades de las cárceles tienen puntos comunes en todo el planeta: vicio, prostitución, robo, violencia, componendas, complicidades, falsos testigos, apuestas, dinero, drogas, abusos, un mar de inhumanidades expuestas que se ahogan ellas mismas. Personas que no lograron sus sueños o que, buscándolos, no encontraron el camino correcto. Parias de la sociedad que nadie quiere; personas a las que la hoja de vida se les mancha para siempre. Testigos mudos de desprecios, de olvidos, de abandonos, de eternas soledades y, sobre todo, de juicios que no son siempre objetivos. En esos lugares el aislamiento aniquila los cuerpos...

Martha Patricia conoce la realidad de este país. Ella sabe de muertos y de inequidades. Desde niña fue rebelde. La conocí en el Kinder Santa Teresita y hasta hoy no ha claudicado en su canto profético. Poetisa y profetisa; ave de mal agüero para muchos; anunciante de presagios, denunciante de maldades. Su mirada cortante rompe conjuros. Los soliloquios de Pedro, el carnicero, el visitador de cárceles de mujeres, el marido de todas, son los pensamientos profundos de la autora que va dejando en cada personaje y situación sus preguntas más acuciantes sobre las dolorosas historias de hombres y mujeres de este país que nos duele. Así como duele la infamia en Gaza, así como duele el hambre de los niños, así como duele que nos gastemos la plata en matarnos.

Poco a poco, a lo largo del relato, las mujeres que vamos encontrando de la mano de Pedro (o más bien del cuerpo entero de Pedro porque la autora nos lo describe desnudo, apasionado, excitado, obediente al deseo de las deseosas), nos relatan particulares historias únicas que describen la variedad de males que se le pegaron a la triste humanidad. Cualquiera que visite una cárcel y escuche atentamente lo que hay detrás de cada vida, puede colegir cada drama desesperado. Los encuentros sexuales que leerán, no son "pornografía barata". Pienso, como lector, que ...son una muy particular excusa para adentrarse en las miserias humanas. Esas que vivimos desde las cavernas y que siguen presentes en nuestras sociedades en "rapidación". Esa que nos tiene "a mil por segundo" y que nos bombardea de información sin pausa para dejarnos sin aliento.

Las mujeres de Pedro son un mapa variopinto en el que se dibujan desgracias, obscenidades, amarguras...

Hay que leer la novela para descubrir una historia única y novedosa...


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*Texto leído en la Casa de la Cultura Rodrigo Jiménez Mejía (Salamina, Caldas, Colombia), viernes 6 de junio de 2025.